La leyenda de Diana continúa hasta nuestros días, su muerte marcó un antes y un después para la monarquía inglesa pues el romance plebeyo de un pueblo que vivía la fantasía de un cuento de hadas tal como propio, donde el concepto de » no tendrás nada y serás feliz » se comenzaba a sembrar en las mentes hasta convertirlo en una premisa social. La pobreza espiritual y monetaria no importa si tienes personajes a los cuales adorar por sus aparentes éxitos y sufrimientos. Hemos llegado a pensar que nuestra realidad no es importante sino la vida de nuestros personajes de novela.
Cuestionar la autenticidad de unos despiadados monarcas capaces de despilfarrar sin control mientras el pueblo muere de hambre, es un delito moral, una constante contradicción que no nos permitió ver las «coincidencias» en cada acontecimiento de las últimas horas de la princesa Diana; su mito trascendió en el tiempo porque la verdad tiene un velo misterioso que la cubre. Varios aspectos expuestos inmediatamente nos hacen dudar aunque hay dos realmente importantes.
La manipulación mediática de la información cuando se distancia la realidad de los hechos contados con aparente exactitud a través de datos superpuestos para dejar un espacio a la duda de quienes se cuestionan. Cada vez que sea necesario justificar una muerte es necesario colocar en la escena un personaje capaz de consumir drogas en exceso y esta vez le tocaría al conductor pues ante la mirada atónita del pueblo no se podía exagerar culpando a una Diana alejada del timón. El rito del número 3, es evidente que Diana no podía escapar a la magnitud de los números, 36 años es fácil descomponer en tres números tres. Un puente que asume las posibilidades de un rito, un sacrificio en función de una imagen y un recuerdo. La muerte de la princesa Diana tiene datos no concluyente pero su recuerdo va más allá de su influencia y ella como otras leyendas han pasado a ser la esperanza de quienes esperan el cambio.
