El pasado domingo estuve por la iglesia de la Caridad en Miami, cual no fue mi asombro al ver la imagen que ante mi se reflejaba. Aquel sitio se me asemejaba a un domingo de mercado en cualquier ciudad. La gente caminaba ajena a lo que allí se proyectaba ante mis ojos. Un malecón que buscaba atraer a los cubanos ansioso de recuerdo me hizo pensar en lo ficticio del lugar con un parecido a lo que el evento de Cuba Nostalgia monta cada año.
Estaban jugando con los sentimientos y más me asombró un cartel que prohibía la pesca. Era este un lugar público o una propiedad privada, me preguntaba a cada paso. Dentro había un enjambre de personas que hablaban y se tiraban fotos, botellas de agua debajo de los reclinatorios e imágenes que sacudían la vista.
Mi primer pensamiento fue en Marcos 11:15-18, donde Jesus echa a los mercaderes del templo. Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones- Isaías 56,7 pero, la imagen denotaba: pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones-Jeremías 7,11. Hombres en pantalones cortos y zapatos de baño, mujeres mostrando sus senos. Un domingo de esparcimiento y no de recogimiento.
Y es claro, imposible que los feligreses respeten un lugar que se esmera en prohibir la pesca y aplaude el mercado y la exposición de los cuerpos, un lugar donde el silencio es en lo último que alguien puede pensar mientras acude al templo.
Hagamos un recuento, la iglesia no es una feria para vender propiedades y enriquecerse a costa del dolor ajeno, no es un sitio de comercio, son un lugar sagrado y han sido violentados en su esencia, han sido profanados por quienes deberían cuidar de sus puertas. No podemos esperar que esto suceda si las altas instancias no promueven, ni son ejemplos.
El Vaticano en sus sedes tiene un sistema similar hasta un celador que atesora 270 llaves que tienen entre una a cinco copias y las cuales custodian tras sus puertas las riquezas de la iglesia, no podemos decir que protege las riquezas de los feligreses porque con tanto oro y el mundo muere de hambre, niños desnutridos, familias rotas porque no pueden obtener el sustento para vivir. Pequeños trabajando bajo explotación mientras detrás de las paredes de la sede se esconde oro. Es imposible entender lo que le ha ocurrido a la humanidad.
Desde 1771 el Vaticano cierra las puertas a los creyentes para que no puedan acceder a lo que allí se atesora y mientras el Banco de la iglesia invierte en negocios lucrativos. Definitivamente hay que cambiar esta estructura de poder porque sin el ejemplo adecuado los pueblos se sienten engañados y deciden abandonar sus creencias para igualarse a sus captores. No podemos seguir colaborando con la venta de las almas.
